martes, 2 de agosto de 2011

El Lápiz


Cansada y, sobre todo, irritada, entré en el cafetín en que acordáramos reunirnos. Antes de salir de casa había tratado de serenarme. No sabía de qué  quería hablar conmigo pero, conociéndolo, suponía que la razón de su urgente llamada no podía  obedecer a nada bueno y de ningún modo podía permitirme el lujo de mostrarme insegura. El tráfico, sin embargo, caótico, como todos los mediodías, me había sacado de quicio y, ahora, no encontraba cómo tranquilizarme.  La puntualidad nunca fue su fuerte y aquel día no iba a ser diferente. Ansiosa,  balanceaba mis piernas mientras  esperaba su llegada sentada en la mesa más próxima a la puerta de manera que pudiera verlo en cuanto entrara. Tomé un sorbo de la limonada  que había pedido y rebusqué instintivamente un cigarrillo en el bolso. No lo encontré y maldije el día en que decidí dejar de fumar. Exactamente hacía tres semanas que no fumaba, los mismos días que tenía sin ver a Gabriel. Por  suerte encontré un lápiz y consolé mi frustración haciéndolo girar entre mis dedos. Pasaban quince minutos de la hora convenida cuando, con su habitual parsimonia, abrió la puerta del local y se acercó a mi mesa.
- ¡Oh Gabriel,  finalmente apareces! ¿No quedamos a las dos de la tarde?
- Lo siento, ya sabes... la oficina.
- Si claro,  lo que tú  digas.

Allá estaba. Como si acabara de levantarse, con su pelo engominado y su sempiterna sonrisa de superioridad pintada encima de su ridículo bigotito de gigolo barato. Mientras tomaba asiento hizo señas al camarero y ordenó una cerveza. El lápiz seguía girando entre mis dedos poniendo al descubierto mi nerviosismo, yendo y viniendo por cada una de las hendiduras de mi mano, como si se tratara de un ejercicio largamente ensayado.

-¿Cómo estás? -preguntó con sorna.

Estuve a punto de obviar las buenas formas y clavarle mi lápiz en la sonrisa, o al menos borrársela, aprovechando que el lápiz tenía goma pero, me limité a seguir el juego de los cumplidos que vienen y van.

- Bien gracias. A tí te veo  fenomenal, ni falta hace  preguntarte como te sientes..
-Tienes razón.  La verdad es que me está yendo muy bien, mejor que nunca.

El desgraciado tuvo a bien remarcar, casi deletrearme, el “mejor que nunca” y mis dedos interrumpieron sus malabarismos con el lápiz. Lo apreté en mi mano buscándole un mejor destino hasta que me decidí a encarar a Gabriel.

- Vamos al grano... ¿Para  qué me has citado?
- Baja la guardia, vengo en son de paz, lo único que quiero es tu felicidad.

Faltó poco para que el lápiz se quebrara en mi mano y, posiblemente, a él no le pasó desapercibida mi contenida cólera. Pero mi enojo, para  no llamarlo ira, no iba con él. Era conmigo que estaba realmente molesta. ¿Cómo se me ocurrió alguna vez tener algo que ver con ese tipo?  Me llevé el lápiz a la boca y mientras Gabriel me ponía al tanto de sus inquietudes con respecto a nuestra separación, sosegué mis dientes mordisqueando la goma del lápiz. Percibía sus palabras como si fueran bofetadas y otra vez pensé borrarlas, desaparecerlas,  y llevármelo de paso a él.

- La separación –le contesté-  es un hecho y no hay vuelta atrás, en eso estamos ambos de acuerdo. Los papeles están en manos de mi abogado y nos llamará cuando estén listos para ser firmados. En cuanto a lo de la separación de  bienes, será fácil,  al fin y al cabo no hay mucho que repartir.

-Me alegra que lo entiendas así... sigues siendo tan comprensiva como siempre.

Otra vez su maldita ironía restregándome quién sabe qué mierda. Dejé de morder la goma y le entré directamente al lápiz, girándolo a  lo largo de mi boca y sacándole a cada vuelta diminutas astillitas que, para no escupirlas, opté por tragármelas.

- Mira Gabriel, lo único verdaderamente importante es Luna  y, por supuesto, se quedará conmigo.
-¡Estás loca si crees que te vas a quedar con ella!. Lo lógico es compartirla. Tengo tanto derecho a ella como tú.
- No me hables de lógica y mucho menos de derecho, Gabriel.  No eres más que un idiota. ¿Cómo crees que voy a dejar a  Luna contigo? Ni lo sueñes. Tú no sabes  ni donde  tienes la cabeza. Ni  los fines de semana te  lo voy a permitir.

Me daba cuenta de que me faltaba aplomo, serenidad. Y lo terminé de confirmar cuando, finalmente me corté con alguna astilla del lápiz, pero no me inmuté y seguí masticando madera y sangre con algunos sorbos de limón.

- Contigo no se puede hablar, eres una histérica.

Era más de lo que estaba dispuesta a oír y el lápiz se me quebró entre los dientes. Me quedé con los dos extremos del lápiz colgando de las comisuras de mi boca mientras mis ojos lo fulminaban con extrema generosidad. Quizás porque entendió el mensaje, dio por terminada la entrevista y se incorporó con ese aire de perdonavidas que asumía cada vez que se sabía sin razón.

Desde la puerta, antes de salir, para no irse de vacío supongo, todavía se volvió.

-Por mi no hay problema... quédate con la perra si eso es lo que quieres... ya me compraré otra.


Entonces respiré aliviada, guardé las dos mitades del lápiz en mi bolso y llamé al camarero.

-Tráigame una cajetilla de cigarrillos, por  favor…  y la cuenta.



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