martes, 2 de agosto de 2011

In Abuelus Esófagus


Hay gente que no le hace caso a la vida, que no la usan para nada. La dejan tirada en cualquier esquina o simplemente le dan la espalda como si fuese un hierro viejo y desgastado. Así se la pasa aquel señor. Ese que veo a diario cuando mamá me envía a comprar el pan. Cada día observo lo mismo, siempre sentado en la misma mesita del rincón, bebiendo sorbo a sorbo un café que parece interminable y al mismo tiempo, leyendo el periódico que por lo menos debe aprenderse de memoria. Lo digo por las hartas horas que pasa con los ojos plasmados entre las páginas. Y esa cara de hastío, de pesar profundo, cara de resignación, de que nadie le espera, ni le busca. Es un asco vivir así, yo quiero vivir a pleno, por eso me meto en líos, por eso a la abuela le dan esos ataques horrorosos que me dejan tieso como un palo. La última vez casi se traga la caja de dientes del berrinche que armó, suerte que  el tío Chano, esposo de mi tía Berenice,   estaba presente  y le abrió la boca como  hacen los domadores de leones en el circo para poder sacarle el artefacto atorado en la garganta. Claro que  sentí culpa, no fue fácil ver a abuela con la piel color verde aceituna y  los ojos brotados. Y su cara con gesto latoso recordándome a diario la tragedia de la caja de dientes in abuelus esofagus. Las cosas que hago son simples travesuras, soy un niño, solo tengo ocho años, es lo lógico ¿no?.
Lo que hizo que mi abuela se atragantara con sus propios dientes, o más bien, con los confeccionados a la medida por el dentista, fue el suceso de  la Casa abandonada. Desde el primer momento que la descubrí llamó poderosamente  mi atención. Es grande, las paredes internas están gastadas por los años y  la cubre una espesa capa vegetal. No tiene ventanas, solo están los huecos, pero si una puerta enorme, pesada, de esos portones inmensos que dan la impresión de que, si en algún momento se abren, saldrá cualquier personaje sacado de un cuento de horror.
Legué a la Casa abandonada por casualidad. Un día, al salir de la escuela, decidí ir en busca de algunos mangos para llevárselos a mamá, a ella le encantan los mangos. Me metí entre unos copiosos matorrales tratando de encontrar árboles cargados. Y allí, en medio de un jardín disecado con  árboles secos y enormes, que más bien parecían garras de vieja, de una bruja huesuda, alcancé a ver la formidable estructura. Llené mis pulmones de aire tratando de hincharme de valor  y decidí aproximarme, me moría del miedo, porque aunque no creo en fantasmas, o no creía, bueno…ya no estoy tan seguro, la curiosidad, en la mayoría de los casos, me vence. Avanzaba mientras secaba  de mis manos el sudor frió sobre mis pantalones y  tratando de domar un corazón que parecía salírseme del pecho. Traspasé aquel  jardín disecado y entre a la casa  por uno de los huecos de las ventanas. No alcancé a verla por completo, recorrí solo la planta baja y rapidísimo, tratando de asegurar mi salida con vida. Si tuve tiempo para observar unas velas derretidas en una esquina junto a un par  de botellas vacías. No sería el lugar de mi elección para un picnic, pensé.
Nadie supo de mi descubrimiento, no quería que me impidieran volver, quería tener la libertad de acercarme cuando quisiera pues sabía que esa casa era especial y había muchas cosas fantásticas por descubrir. Y tenía razón, algo descomunal  ocurrió en mi segunda visita. Ese día espere que cayera la tarde y empaqué en mi mochila una linterna y un cuchillo de cortar pan, por si las moscas. Al aproximarme a la casa noté una pequeña luz que titilaba desde adentro, quizás la misma persona que había dejado las botellas que ví en mi primera visita estaba de visita en la casa, pensé. Me acerqué lentamente, procurando no pisar las hojas secas desparramadas por todo el jardín, suavecito para evitar  que el ruido delatara mi presencia. Mientras avanzaba, comencé a ver sombras de  siluetas extrañas, parecían monstruos sacados de un cuento de mitología, se dibujaba sobre la pared, la sombra de un cuerpo con dos cabezas y no se cuantos brazos y piernas. Parecía la cabeza de medusa. El horror se apodero de mí y mis piernas volvieron a funcionar cuando de repente la criatura comenzó a emitir sonidos estruendosos, alaridos de bestia, gemidos chasqueantes como si estuviese devorando algún animal. Corrí hacía mi casa como un loco, nunca había corrido tan rápido.
 Esa noche… mojé mis pantalones y no los ensucié de milagro. Obviamente no pude dormir, lo que había visto, lo que había oído, era terrible. Si, estaba seguro de que  existían  las criaturas maléficas y para colmo, muy cerca de mi casa.
Espere unos días antes de lanzarme nuevamente a la casa, no es que me creyera muy  valiente, sino que la atracción, la curiosidad que sentía vencía el temor. Contaba las horas para volver a meter las narices, solo las narices, en aquella casa, y al poco tiempo volví.  Al llegar encontré un movimiento similar al del día aquel, lucecitas vagas en el interior de la casa, sombras haladas  de siluetas sinuosas proyectándose  en la pared, sin embargo todo estaba en silencio, apenas se escuchaba la respiración del animal. Me acerqué, tenía que verle al menos la cola.
Estaba a unos metros del hueco de la ventana que resultaba alto para mi tamaño. Ni siquiera en puntas podía ver hacia dentro como quería, sólo alcanzaba a ver una parte de la sombra del monstruo reflejada en el techo, me dió la impresión de que el monstruo estaba acostado  en el piso. De repente vi la cabeza del tío Chano alzarse sobre el marco de la ventana. Estaba agitado, sudoroso con los ojos clavados en la bestia, que no lograba ver, pero suponía estaba en el suelo. El tío parecía luchar contra el monstruo con fuerza y decidido a dominarlo. Estaba atónito, no podía creer que  mi tío, el que consideraba aburrido y desabrido,  se convertía en héroe ante mis ojos! La mejor parte fue cuando oí la voz de mi mamá en medio de la lucha, no decía nada preciso o al menos no pude entender, pero definitivamente daba apoyo a mi tío Chano, le decía que siguiera, que no parara y que si,si,si y si. Cuanto me sorprendí aquella noche, mi mamá y el tío contra la bestia! Salí corriendo del lugar, si me veían me mataban, me linchaban a mi junto con la bestia. Si me encontraban, seguro de que  ni siquiera iban a poder  escuchar cuan orgulloso estaba de ellos.
Al otro día, en la hora del almuerzo, no pude resistir más, las palabras se me amontonaban en la boca y decidí contar a la familia todo  lo que había experimentado, les dije a mamá y al tío, con los ojos humedecidos por la  satisfacción, el orgullo que sentí al verlos luchar contra aquella bestia. La valentía de mi tío, sus expresiones, su mirada, la fuerza con la cual domaba a la criatura. Y mi mamá, apoyando al tío, ayudándolo con entereza, dándole ánimo y diciéndole que si, que lo hiciera, que no parara. Si, grite a los cuatro vientos lo feliz que me sentía de pertenecer a esa familia.
A mi tía Berenice parece que esos temas la llenan de espanto porque gritó fuerte mientras se cubría la cara con las manos, fue ese el momento en que a mi abuela se le atoró la caja, pobrecita viejita! Sin embargo mamá y el tío Chano parecían sorprendidos de mi relato pero asumieron una actitud estoica, firme, los ojos si parecían salirse un poquito  de las cuencas, pero solo eso. Además, para coronar a mi tío aun más, en ese justo momento salvo a mi abuela y le sacó el artefacto de la garganta.

 Yo que pensaba que mi familia era como el señor de la panadería, que equivocado estaba!

1 comentario:

  1. Hola, soy Ben. Leí esto en la traducción, pero aún así su poder se encontró con.

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