martes, 2 de agosto de 2011

François Rupert



Y seguiré mi ruta, logrando sendas nuevas.
Rompiendo mil escollos con la esperanza a cuesta.
Una fuerza brutal de mi materia prima,
 cubierta de universo, llena de luz y sombra,
Desgarrara una puerta.
Y la casa encendida dará la bienvenida a mi parte más pura.

Rosa Suazo




Ni siquiera él recordaba cuantos años habían pasado desde que abandonara Jacmel, su pueblo natal, en el sur de Haití. Temiendo que su familia muriera de hambre, una mañana, François Rupert abandonó su empobrecida aldea con sus dos pequeños hijos al hombro y su mujer detrás, y se echó al camino buscando la frontera. Un día le llevó recorrer los 30 kilómetros que los separaban del otro lado de la isla donde la vida era, incluso, más dura, pero al menos había trabajo y jornal. Un día comiendo lo que apareciera, apenas nada, siempre vigilante a los peligros que esconden los caminos, descansando de vez en cuando, y otro día más tardó en pasar con su familia, monte a través, cuidando de no ser visto.
Cuando finalmente cruzó la frontera, aspiro profundo. Pensó que Bonyé le había dado una segunda oportunidad y no pensaba desperdiciarla. Con ayuda de un viejo amigo encontró un espacio en el que guarecerse él y su familia, comida para recuperarse y caña que picar en un ingenio. El trabajo era duro y hasta los bueyes bufaban su fatiga. François, sin embargo, nunca se quejába. No había tiempo para lamentarse. Al final del día no faltaban en la paila algunos plátanos que comer y harina de maíz.

Con el paso del tiempo Francois olvido en cuantas  zafras de caña de azúcar  había trabajado, sabía que eran muchas por los callos de sus manos pero no le temía al trabajo, sólo al hambre.

Ese ano la zafra terminó antes de lo previsto, al igual que el ínfimo salario que recibía, y quedaban por delante tres meses hasta el comienzo de la próxima, y sin ninguna garantía de que se le contratara. Se hablaba de la crisis del sector, de la caída de los precios del azúcar, y cada vez rendían menos los pocos pesos que se ganaban. Pero regresar a Haití no era una  buena opción. Allá sólo les esperaba el hambre. El problema era qué hacer mientras se reiniciaba la zafra,  cómo ganarse el derecho a seguir comiendo y, aunque algunos días encontraba oficio eran más los que tenía qué acostar a sus hijos sin nada que darles. Con su mujer enferma y desesperado, un día, François, tantas veces robado en los ingenios recibiendo salarios de hambre, tantas veces robado con los vales de comida que le daban a cambio de su trabajo, tantas veces engañado  con el peso de la caña cortada, puso en práctica lo aprendido y al  pasar por el mercado del pueblo, después de haber intentado en vano encontrar un trabajo en alguna casa o comercio,  de regreso al batey, tomó un embutido de uno de los puestos y echó a correr.
Sólo de imaginar las caritas de sus hijos cuando lo vieran regresar con aquel oloroso  consuelo para sus estómagos, le crecieron alas a sus piernas y, rápidamente, dejó atrás el pueblo. A quien no dejó atrás, sin embargo, fue a una multitud enardecida que encontró en aquel ladrón el mejor estímulo para su propia estima y que, una vez le dieron alcance, lo golpearon hasta el cansancio. Un policía, finalmente, casi a rastras, se lo llevó al destacamento y lo tiró en una celda. Tres semanas después,  todavía François Rupert esperaba que alguna autoridad lo liberara y la cárcel San Ángel fuera sólo un doloroso recuerdo. Otro preso que hablaba algo de patois le había  dicho que iba  a ser conducido al despacho del mayor para conocer su caso, y que después lo dejarían en libertad. Al fin y al cabo sólo había sido un embutido, y entre los golpes que se había llevado, cuya secuela todavía se percibía en su rostro,  más la golpiza con una vara d guayaba que un policía le había dado días antes sin motivo alguno, y las tres  semanas de encierro sin saber nada de sus hijos ni de su mujer, ya había cumplido con creces la más dura sentencia que se le pudiera imponer.

Las pústulas de su pierna supuraban y tenía fiebre, además de hambre, pero confiaba en que pronto, en cualquier momento, le abrirían la puerta de la celda y él podría volver con los suyos. Recostado en una de las húmedas esquinas de aquel antro cubierto de heces, pensaba en sus hijos y se las ingeniaba para llorar sin lágrimas no fueran a contrariarse los guardias y se repitiera la paliza con la vara. Entonces escuchó su nombre y advirtió que un guardia abría la celda indicándole que saliera.

François Rupert! Levántese, el Mayor lo mandó a llamar.
-Oui, Oui mercy dominiquen, je tá en pié.

A pesar del dolor que sentía en su pierna izquierda no hubo que repetirle la orden de que se incorporara y, a saltitos, siguió a su carcelero hasta el despacho del Mayor.
Iba a ser puesto en libertad y, saberlo, no sólo le había devuelto su maltrecha salud sino incluso una extraña  mueca que sólo François sabía era una sonrisa. Desde que entró al despacho se deshizo en palabras de agradecimiento al Mayor por su comprensión y al guardia que lo agarraba del brazo.

 -  ¿Je va a salí hoy dominiquen? … Ayuda a mué dominiquen!
  - ¡Cállate maldito negro...ladrón! –le respondió el guardia.

Cuando el Mayor terminó de hablar por teléfono, dejó su humeante habano en el cenicero que tenía sobre la mesa y tras rociar  el despacho con una enlatada fragancia que puso a estornudar a François,  preguntó:

-¿Es usted François Rupert?
-Oui Gran Mesié….François Rupert.
-Me cuentan que usted cometió un robo, que trató  de escapar y que, además, ha estado dando problemas en la celda.
-Oui  Gran Mesié…Je salí hoy….Je queré ve  mon pití pa lleva
 manyé...-sonrió François ante la inminencia de su liberación.
-Cállese animal –zarandeó el guardia a Françoie- ¿No ve que está hablando el Mayor?
-Oui, oui.. merci, tres bon...Je partir pour mon maison...merci...
-Te sentencio –agregó el Mayor-  a cinco años de encierro en la celda por ladrón y a ser deportado cuando cumplas condena.
-Merci Gran Mesié…..François salí hoy......Je  ve mon pití….

Ajeno al veredicto François fue llevado nuevamente a la celda. De pie junto a la enrejada puerta y todavía sonriendo, esperaba el momento en que el guardia volviera a abrirla y él quedara en libertad. En el pequeño radio con el que el guardia entretenía la tarde daba comienzo un boletín informativo.


 –“ A las 11 de la mañana  del día de hoy fue indultado de todos  los cargos en su contra, el Sr. Luís Antonio Matos alias “ el chivo”.
El  Sr.  Matos  fue capturado hace apenas un mes, después de que el equipo especial anti-narcóticos  realizara un  allanamiento en una de las fincas de su propiedad, y hallara 1,735 kilos de cocaína,  armas de alto calibre y materiales explosivos…Más adelante les ofrecemos los detalles...

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